Los Padres de la Iglesia hicieron suya la concepción neotestamentaria sobre los ángeles, asumiendo una postura apologética, tomando distancia frente a las concepciones del judaísmo y del paganismo de la época. Las descripciones bíblicas de las apariciones de ángeles conllevaron a que, en los primeros siglos, algunos Padres atribuyesen a los ángeles un tipo de “corporeidad” de naturaleza etérea y sutil, una inmaterialidad relativa. “Algunos Padres interpretaron las apariciones de los ángeles diciendo que éstos tienen una corporeidad etérea propia o que para ser visibles asumen un cuerpo material extraño” (Seemann, M. “Ángeles y demonios en su relación con el hombre”, en: Mysterium Salutis. Cristiandad, 2da. Ed. Madrid 1977, p. 757).
Las opiniones de los Padres, en los primeros siglos, no son uniformes. El mismo san Agustín no se decide claramente sobre el tema de la total naturaleza espiritual de los ángeles. Habrá que esperar hasta la alta escolástica para que se precise la naturaleza puramente espiritual de los ángeles. Por otra parte, como señala Seemann, “que los ángeles carezcan de todo tipo de materia es algo que no está definido expresamente por el magisterio” (Seemann, M. O. Cit., p. 756); sin embargo, es una opinión general de los teólogos; y, está asumida por el magisterio de la Iglesia.
Los Padres de la Iglesia se preocuparon también por la multiplicidad de ángeles y su ordenación en jerarquías. La distribución de los ángeles en nueve coros se remonta al Pseudo Dionisio Areopagita, hacia el año 500, quien subdivide los nueve coros en tres jerarquías de tres coros cada una [ángeles, arcángeles, principados/ virtudes, dominaciones, potestades/ tronos, querubines, serafines] (Cf., Seemann, O. Cit., p. 757); sin embargo, sobre ese punto, tampoco existió una postura uniforme. Los Padres de la Iglesia, recogiendo algunos elementos del judaísmo tardío, afirmaron que tanto la Iglesia en su conjunto, como las iglesias particulares, contaban con la protección de ángeles. Posteriormente se fue afirmando la idea de que también cada persona tendría la protección y asistencia de un ángel. La idea del “Ángel de la Guarda” habría sido tomada del judaísmo tardío; aunque se buscó encontrar un sustento bíblico en las palabras de Jesús respecto a que los ángeles de los “pequeños” ven continuamente el rostro de Dios (Cf., Mt 18, 10). Con la palabra “pequeños” Jesús también se refiere a los “espiritualmente pobres”, a los que padecen de “exclusión” o “marginación”.
Hay pocos textos del magisterio extraordinario y ordinario de la Iglesia referidos a los ángeles. En el Concilio de Braga (561), contra los maniqueos y priscilianos, se afirma que los ángeles no son emanaciones de la substancia divina (Cf., Dz. 235). En el Concilio Lateranense IV (1215), se da por supuesto que se debe creer en la existencia de los ángeles; lo que allí se precisa es que fueron creados por Dios a partir de la nada y que son seres espirituales (Cf., Dz. 428).
En la Edad Media, en la alta escolástica, Santo Tomás de Aquino elaboró el tratado sobre los ángeles, como parte de la Suma Teológica, “sobre la base de la tesis de que la naturaleza de los ángeles es totalmente espiritual [I, q. 50, a. 1] (Seemann, M. O. Cit., p. 755). Santo Tomás también trató del “Ángel de la Guarda”, citando a san Jerónimo, quien decía que “grande es la dignidad de las almas, puesto que cada una de ellas, desde su nacimiento, tiene un ángel encargado de custodiarla” [Comentario al Evangelio de Mateo, III, 18, 10] (Suma Teológica, I q. 113, a.2). La escolástica tomista no añade nada significativo a la teología desarrollada por Santo Tomás sobre los ángeles. “Hasta la Edad Moderna no se produce una vuelta a las afirmaciones bíblicas mismas” (Ibid.).
El Catecismo Romano (1566), enseñaba que Dios ha dado a los ángeles el encargo de cuidar del linaje humano y socorrer a los hombres ante los peligros, a fin de que no sufran ningún grave daño (Cf., Cap. IX, IV, 1085). Se destaca allí la misión protectora de los ángeles.
El Concilio Vaticano I (1870) no agrega nada con respecto a la enseñanza sobre los ángeles del magisterio de la Iglesia, sino que repite lo dicho en el Lateranense IV (Cf., Dz. 1783). El papa Pío XII (1950) alude a las doctrinas erróneas que cuestionan, entre otras cosas, que los ángeles sean seres personales (Cf., Encíclica Humani Generis, N.º 20).
En la Profesión de fe del Papa Pablo VI (30 de junio de 1968), en ocasión de la clausura del Año de la fe, conocida como el “Credo del Pueblo de Dios”, se hace una referencia expresa a los ángeles: «Creemos en un solo Dios, Padre, Hijo y Espíritu Santo, Creador de las cosas visibles -como es este mundo en que pasamos nuestra breve vida y de las cosas invisibles -como son los espíritus puros, que llamamos también ángeles» (N.º 8). También se señala que los ángeles participan en el «gobierno divino de las cosas, que ejerce Cristo glorificado» (N.º 29).
El actual Catecismo de la Iglesia Católica dedica los números 328 al 336 para tratar el tema de los ángeles. Comienza señalando que la existencia de los ángeles es una “verdad de fe” y que “el testimonio de la Escritura es tan claro como la unanimidad de la Tradición” (N.º 328). Los ángeles “son servidores y mensajeros de Dios”; ellos contemplan el rostro de Dios (Cf., Mt 18, 10), son “agentes de sus órdenes” (N. 329); tienen inteligencia y voluntad, son “criaturas personales e inmortales” y “superan en perfección a las criaturas visibles” (N. 330); le pertenecen a Cristo, porque “fueron creador por y para Él” y porque “los han hecho mensajeros de su designio de salvación” (N.º 331).
El Catecismo, citando diversos pasajes bíblicos, señala la actuación de los ángeles en la historia de la salvación, desde el Antiguo Testamento y particularmente en la vida de Cristo y su segunda venida gloriosa (nos. 332-333). Se menciona también la actuación de los ángeles en la vida de la Iglesia, la cual se beneficia “de la ayuda misteriosa y poderosa de los ángeles” (N. 334); en la Liturgia: en la misa (el canto del “Santo”); en la liturgia de difuntos cuando ruega para sean llevados al Paraíso por los ángeles (N.º 335). La Iglesia también nos enseña que la vida de las personas, desde la infancia hasta la muerte, goza de la protección de los ángeles y de su intercesión. De ahí que el creyente puede constantemente invocarlos rindiéndoles un culto de veneración. Citando un texto de san Basilio, el Catecismo nos dice que “cada fiel tiene a su lado un ángel como protector y pastor para conducirlo a la vida [S. Basilio, Eun. 3, 1]” (N.º 336). Se hace allí una clara alusión al “Ángel de la Guarda”; aunque sobre ese punto, el magisterio de la Iglesia no ha dicho que se trate de una “verdad de fe”. Esto no implica que no sea recomendable tener una devoción especial al ángel de la Guarda, como de hecho muchos santos la han cultivado.