
La Liturgia de la Palabra de este domingo nos invita a reflexionar en torno al tema de la Iglesia como comunidad de creyentes, en donde toda autoridad debe entenderse como un servicio al pueblo de Dios; igualmente, se nos invita a reflexionar sobre la identidad de Jesús como el Mesías y responder a la cuestión ¿Quién es Jesús para nosotros?
La primera lectura (Cf., Is 22, 19-23), nos presenta a Dios guiando la historia humana para hacer cumplir su designio salvador. Yahvé constituye a Eliacín como servidor de su pueblo. Dios elige a quien quiere para confiarle una misión de servicio.
El Evangelio (Cf., Mt 16, 13-20), nos narra la elección de Pedro como pastor de la Iglesia. Jesús le confiere esa autorad en el gesto de la entrega de las llaves; no se trata, obviamente, de una autoridad pidara mandar más sino para servir más al pueblo de Dios. La autoridad no es imposición, no es el ejercicio despótico de un poder (político, económico, religioso, o intelectual), sino una autoridad fundada en la verdad, en la honestidad, en definitiva: en la integridad moral y espiritual. Nuestros pastores, en el ejercicio de su ministerio, basan su liderazgo en el modelo de Jesús. Toda autoridad debe infundir confianza, credibilidad.
El papa Benedicto XVI, nos decía: “A menudo, para el hombre la autoridad significa posesión, poder, dominio, éxito. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies de los discípulos (Cf. Jn 13, 5), que busca el verdadero bien del hombre, que cura las heridas, que es capaz de un amor tan grande como para dar la vida, porque es Amor” (Angelus del 29 de enero de 2012). Jesús es el modelo de pastor a quien todos estamos llamados a seguir. La Iglesia necesita de pastores “según el corazón de Cristo”, fieles cuidadores del rebaño del Señor.
En la segunda lectura (Cf., Rm 11, 33-36), san Pablo nos manifiesta que los designios de Dios no son, muchas veces, comprensibles para los hombres. El creyente tiene que dar siempre una respuesta de fe. La elección de Pedro, un humilde pescador, para encargarle el cuidado de la Iglesia es, sin duda, uno de esos designios de Dios. Pedro había hecho, previamente, una profesión de fe: “Jesús es el Mesías, el Hijo de Dios vivo”, pero esa verdad no fue el producto de la sabiduría del apóstol sino una revelación de Dios.
En tiempos de Jesús estaban en efervescencia los mesianismos en Israel, más aún por la situación de opresión en que vivían los judíos ante la ocupación romana. No faltaban personajes que se presentaban como ‘Mesías’ arrastrando tras de sí a muchos seguidores, movimientos que terminaban aplastados violentamente. Mucha gente, al escuchar a Jesús y ver sus milagros, llegaron a pensar en la posibilidad de que Jesús mismo podría ser el Mesías, o por lo menos su precursor inmediato. En ese contexto es que Jesús hace la pregunta: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre?” (Mt 16, 13).
Los discípulos recogen las opiniones de la gente acerca de la identidad de Jesús. Para unos era Juan el Bautista (que supuestamente había resucitado). De hecho, el evangelista Lucas recoge esa versión popular que llegó a oídos de Herodes Antipas (Cf., Lc 9, 7-9). Para otros Jesús era Elías; también existía la creencia popular de que Elías no había muerto, sino que había sido llevado a los cielos (Cf., 2Re 2, 11), y que, como lo anuncia Malaquías, vendría a preparar el camino del Mesías (Cf., Mal 3, 23). Por último, para otros Jesús era uno de los antiguos profetas. En todos los casos, en las versiones recogidas, se reconocía a Jesús como profeta e incluso como precursor del Mesías, pero no como el mismo Mesías. Los judíos tenían una idea de ‘Mesías’ como “sucesor de David”, con rasgos políticos, con poder para echar al ejército romano de ocupación restableciendo el honor y la gloria de Israel, dando comienzo a una nueva etapa de reinado terrenal; el Mesías es considerado como un superhombre; pero Jesús no encaja en ese molde de Mesías.
Jesús preguntó a sus discípulos: “Ustedes, ¿quién dicen que soy Yo?” (Mt 16, 15). Jesús exige a sus discípulos que no solamente recojan las versiones sobre lo que la gente dice de Él, sino una toma de postura con respecto a su persona y su obra. Resulta fundamental que los discípulos sepan a quién están siguiendo: ¿A un líder político religioso que restaurará el reino de Israel? ¿A un Mesías sufriente que debe pasar por la humillación de la Cruz para llegar a la gloria? De la respuesta que se dé a la pregunta planteada por Jesús, dependerá el significado y alcance del seguimiento.
Los discípulos habían tenido un contacto más cercano con su maestro, habían sido testigos de sus milagros, habían recibido directamente sus enseñanzas, aun así, no estaba garantizado que realmente habían entendido ¿Quién era Jesús? ¿Cuál era la real dimensión de su misión? Al igual que la opinión común de la gente, los discípulos imaginaban a un Mesías lleno de poder, con capacidad para restaurar el reino de Israel, expulsando a los invasores romanos. Jesús, en cambio, quiere purificar esas falsas ideas de mesianismo haciéndoles entender que el Mesías tenía que sufrir, que su reino “no era de este mundo”. Jesús necesitaba preparar a sus discípulos haciéndoles ver la verdadera naturaleza de su mesianismo.
Pedro confiesa a Jesús como el Mesías: “Tú eres el Mesías, el Hijo de Dios vivo” (Mt 16, 16). Pedro, obviamente, no llegaba a entender el verdadero significado de lo que decía. Jesús ordena a sus discípulos “que no dijesen a nadie que Él era el Mesías” (Mt 16, 20), pues no quiere que se mal entienda su mesianismo. El reconocimiento por parte de Pedro de Jesús como el ‘Cristo’ es incompleto, en el sentido de que Pedro tiene una idea reductiva de lo que significa ese título atribuido a Jesús, no puede concebir y aceptar la idea de un “Cristo sufriente”, y menos la muerte del ‘Ungido’ en el madero de una cruz. En el proceso seguido a Jesús se pone en evidencia cómo se mal entiende el título de ‘Rey’ o ‘Cristo’ atribuido a Jesús (Cf., Mt 27, 17ss). Los mismos discípulos no llegaron a comprender la verdadera naturaleza del mesianismo de Jesús sino hasta después de la resurrección.
El texto de la confesión de Pedro nos permite conocer cómo los discípulos de Jesús fueron tomando conciencia progresiva de la verdadera naturaleza del mesianismo de Jesús. Para los hombres de nuestro tiempo también resulta fundamental replantearnos la pregunta hecha por Jesús: ¿Quién dicen que soy Yo? Una pregunta que sigue estando vigente para todo creyente que pretende ser un seguidor de Jesús. ¿A quién realmente seguimos?, ¿a un Jesús que nosotros hemos construido según nuestras necesidades o expectativas, es decir, a un Jesús hecho a nuestra medida? Es importante contrastar nuestra idea de ‘Cristo’ con lo que ha sido revelado en la Escritura y Tradición de la Iglesia; es importante curarnos de falsos mesianismos de nuestro tiempo.
La pregunta planteada por Jesús: “Ustedes, ¿quién dicen que soy Yo? (Mt 16, 15), es una interpelación directa y personal a cada uno de los creyentes, y espera una respuesta también personalizada. Esa respuesta brota, ciertamente, de nuestro conocimiento de las Escrituras, pero sobre todo de nuestra experiencia de encuentro personal con Cristo. Jesús no es solamente el portador de la Palabra de Dios, sino que Él mismo es la Palabra hecha carne (Cf., Hb 1, 1-3). Jesús no es un personaje lejano en la historia, por su resurrección no está limitado a un tiempo o espacio, es decir: es contemporáneo a nosotros, y por eso podemos encontrarnos con Él, por eso Él puede seguir interpelándonos.
El verdadero discípulo no es aquél que puede responder a un cuestionario de preguntas acerca de Jesús, sino el que decide seguirlo cada día, asumiendo las consecuencias de ese seguimiento (cargar con la cruz). El tema de la identidad de Jesús tiene que enmarcarse en el tema del seguimiento: conocemos a Jesús para poder seguirle. Seguir a Jesús supone necesariamente algún tipo de renuncia. Ningún cristiano está exonerado de la cruz, pero esa cruz tiene sentido por el crucificado resucitado.