Homilía del Padre Lorenzo Ato, 30 de julio de 2023

| 07/30/2023

By: Padre Lorenzo Ato

XVII Domingo del Tiempo Ordinario (Ciclo A)
Lecturas: 1Re 3, 5.7-12; Rm 8, 28-30; Mt 13, 44-52

Father Lorenzo Ato, Parochial Vicar, St. Anselm, Bronx, and consultant to the Office of Hispanic Ministry of the Archdiocese of New York.
Father Lorenzo Ato, Parochial Vicar, St. Anselm, Bronx, and consultant to the Office of Hispanic Ministry of the Archdiocese of New York. Photo courtesy of the Office of Hispanic Ministry.

La Liturgia de la Palabra de este domingo nos hace reflexionar en torno la centralidad de Dios en la vida humana. Dios es el absolutamente absoluto, ante quien todo lo demás queda relativizado. Encontrar y servir a Dios vale más que todos los bienes de la tierra. Ganar el Reino de Dios es lo que da sentido a la existencia humana.

En la primera lectura (Cf., 1Re 3, 5.7-12) vemos el interés del joven Salomón por servir a su pueblo y ser fiel a Dios. Salomón considera que eso es lo más importante en la vida; por ello, no le pide a Dios bienes materiales sino sabiduría y prudencia para actuar con justicia. Aquella hermosa oración de Salomón: “Da a tu siervo un corazón dócil, para gobernar a tu pueblo, para discernir el mal del bien…” debería ser la plegaria de todo gobernante que realmente se preocupa de su pueblo. La desgracia de muchos pueblos ha sido tener gobernantes y autoridades que han utilizado el poder en provecho propio.

En la segunda lectura (Cf., Rm 8, 28-30), san Pablo nos dice que “quienes aman a Dios todo les sirve para el bien”. Efectivamente, quienes han encontrado a Dios viven preocupados por amarle y servirle. Dios, en virtud de la salvación obrada por nuestro Señor Jesucristo, nos ha engrandecido y nos ha hecho merecedores del Reino de Dios. Jesús nos invita a entrar en ese Reino.

En el Evangelio (Cf., Mt 13, 44-52), Jesús nos habla de la importancia del Reino de Dios, para ello utiliza las parábolas, tales como la parábola del tesoro escondido, la perla preciosa, la red que recoge toda clase de peces. A través de esas parábolas nos quiere hacer entender la prioridad del Reino de Dios y la urgencia de entrar en él.

El “Reino de Dios” significa, fundamentalmente, la salvación traída por Jesús, la realización de las promesas de Dios. Con la venida de Jesús al mundo se inaugura el Reino de Dios, Él mismo es presencia del Reino. La Iglesia, como continuadora de la obra de Jesús, hace presente el Reino en el mundo y lo extiende. La plenitud del Reino de Dios llegará con la venida gloriosa del Señor al final de los tiempos.

En el Evangelio se hace la comparación del Reino de Dios con un tesoro escondido; obviamente, quien lo encuentra no puede cruzarse de brazos, sino que hará todo lo humanamente posible por apropiarse de dicho tesoro, si es necesario se desprenderá de todos aquellos bienes que considera de menor valor. Usando esta comparación se puede entender el por qué un creyente que dice “haber encontrado a Cristo” no puede permanecer indiferente ante tal hecho. La salvación que Jesús nos ha traído es el más grande de los tesoros.

La salvación es un tesoro que el Señor nos da gratuitamente, pero que también exige de nuestra parte la voluntad de aceptarlo, y esa voluntad tiene que evidenciarse en nuestros actos, en nuestra vida, renunciando a todo aquello que nos impide acceder al Reino de Dios. Hay ciertas condiciones necesarias para entrar a ese Reino de Dios. Hemos señalado cómo Salomón comprendió que lo más importante no era obtener el poder y la gloria, la victoria sobre sus enemigos, sino tener los dones de la sabiduría, la prudencia y la justicia para gobernar a favor de los demás, por eso es que en su oración pide a Dios la sabiduría. En ese sentido constituye para nosotros un referente, nos lleva a reflexionar sobre cuáles son las prioridades que tenemos en nuestra vida, a qué consideramos lo más importante; porque, como dice Jesús: “Donde esté tu tesoro allí estará también tu corazón” (Mt 6, 21).

¿Qué pediríamos nosotros a Dios puestos en el lugar de Salomón? No cabe duda que mucha gente pediría salud, trabajo, bienestar material, entre otras muchas cosas.  Obviamente, no es que esté mal pedirle a Dios esas cosas, lo malo estaría en pedirle sólo eso, es decir, muy poco en comparación con todo lo que Dios nos puede dar. De hecho, Él ya nos ha dado riquezas que pueden ser consideradas invalorables: como el don de la vida, la salud, la libertad, etc. Jesús nos dice que no debemos andar preocupados por qué vamos a comer o con qué nos vamos a vestir (Cf., Mt 6, 25ss), sino que debemos confiar en su providencia, Él sabe lo que realmente necesitamos y sabrá proveernos de lo que realmente nos conviene; lo más importante es buscar el Reino de Dios: “Busquen primero su Reino y su justicia, y todas esas cosas se os darán por añadidura.”(Mt 6, 33). Lo incomprensible es que muchas personas prefieran quedarse con las ‘añadiduras’ y no buscar lo que es realmente lo fundamental y valioso. Por otra parte, no debemos olvidar las palabras de Jesús en otro pasaje del Evangelio “¿De qué le sirve al hombre ganar el mundo entero si al final arruina su vida?” (Mc 8, 36), la vida entendida en su sentido pleno, la vida eterna, la salvación.

La infelicidad del hombre radica precisamente en buscar por el camino equivocado, haber hecho de las cosas un fin en sí mismo, en definitiva: en no haber aceptado a Dios y su Reino, en no querer renunciar a lo que es accesorio en la vida. Cuando hemos llegado a descubrir la centralidad de Dios en nuestra vida, todo lo demás nos parece secundario, como decía Pablo: “todo lo estimo pérdida con tal de ganar a Cristo” (Flp 3, 8). El apóstol había buscado incesantemente ese tesoro escondido, hasta que su búsqueda tuvo un feliz término en su encuentro con el Señor. De ahí que puede decir con razón: “Para mí vivir es Cristo” (Flp 1, 21).

The revival -- a three-year initiative of the U.S. bishops aimed at renewing Catholic belief in Jesus' real presence in the Eucharist -- began in 2022.

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