
En el lenguaje contemporáneo, la palabra “ángel” hace referencia a seres espirituales creados por Dios, que están a su servicio; pero, como dice Seemann, “el hebreo no tiene una expresión específica del mismo alcance conceptual que nuestra palabra “ángel”. Mal’ak, usado en el Antiguo Testamento de modo frecuente, pero no exclusivo, procede quizá de la raíz árabe la’aka (“enviar a alguien con una misión”) (Seemann, M., “Ángeles y demonios en su relación con el hombre”, en: Mysterium Salutis. Cristiandad, 2da. Ed. Madrid 1977, p. 737). En el Antiguo Testamento (AT), la palabra Mal’ak se refiere, en general al “mensajero”, no necesariamente a una criatura celestial. La palabra griega “angelos” (“ángel”), también se usa en sentido general y no de modo exclusivo para designar a un ser puramente espiritual. Con la traducción latina de la Biblia (la Vulgata), se hace ya una clara distinción entre “Nuntius” (“enviado”, como mensajero humano ordinario) y “Ángelus” (“ángel” como mensajero celestial).
En el AT, en los textos más antiguos, con la expresión “Ángel de Yahveh” (Mal’ak Yahveh) no se hacía referencia a un ángel creado por Dios sino a Yahveh mismo; la expresión sería una personificación de la acción protectora de Dios, como por ejemplo el “Ángel de Yahveh” que protege a Agar (Cf., Gn 16, 7-13); el “Ángel de Yahveh” que detiene la mano a Abraham para que no sacrifique a su hijo Isaac (Cf., Gn 22, 11); el “Ángel de Yahveh” que se le aparece a Moisés en la zarza ardiendo (Cf., Ex 3,2). Esto plantea la cuestión de si hay o no una plena identificación entre “Yahveh” y “Ángel de Yahveh”. Hay que tener presente que, en los textos posteriores, progresivamente se va distinguiendo con mayor claridad entre “Yahveh” y “Ángel de Yahveh”. De ahí que algunos especialistas de la Biblia piensan que “Ángel de Yahveh” hace referencia, finalmente, a una criatura de Dios, a un Ángel en sentido propio. Otros piensan que la cuestión no está zanjada y que es muy probable que la figura de “Ángel de Yahveh” en el AT siga teniendo un carácter indeterminado, cuyo significado y alcance no pueda precisarse del todo (Cf., Seemann, O. Cit., p. 740). En el Salmo 33 también se menciona al “Ángel de Yahveh” que “acampa en torno a los que le temen y los libra” (Sal 33, 8).
Dios se revela progresivamente. En ese sentido, en la medida que en el AT se va perfilando con mayor precisión la idea de Dios, eso repercuta sobre la concesión que se tiene de “Ángel”. Por ejemplo, en el relato de la vida del profeta Elías en su camino hacia el monte Horeb (Cf., 1Re 19, 1-18) se evidencia, como hace notar Seemann, una clara distinción entre la actuación del Ángel (vv. 5-8) y la de Yahveh (vv. 9-11). Entran en escena otros espíritus llamados “ángeles” que cumplen misiones de servicio y protección de Israel. Es también indudable que, “desde la época monárquica los ángeles van ganando en importancia como instancia intermedia entre Dios y los hombres” (Seemann, O. Cit., p. 741). Ello fue posible porque el monoteísmo ya se había consolidado, así como la idea de la trascendencia divina.
Por otra parte, no se puede ignorar el influjo en Israel de elementos del entorno cultural, donde existía la creencia en los ángeles, estableciéndose una especie de jerarquía entre ellos, se habla de querubines y serafines. Los querubines eran “representados originariamente en figura humana, fueron más tarde dotados de alas y de las características de un águila, de un león o de un toro. En esta representación pueden haber influido las imágenes de las esfinges egipcias, erguidas como vigías en los accesos de templos y palacios” (Seemann, O. Cit., p. 741). Ahora bien, esto no significa que los que escribieron la Biblia (hagiógrafos), hayan tomado tal cual esas imágenes, sino que las reinterpretaron dejando de lado elementos mitológicos, como sucede con otros tipos de materiales con los que se redactó, por ejemplo, algunos relatos del génesis (sobre la creación y el pecado original). No se puede, pues, negar las similitudes existentes con relatos extrabíblicos, por ejemplo, aquellos de origen babilónico.
En las iconografías orientales los querubines son esfinges aladas que “custodian” las puertas de templos y palacios. En el Génesis se menciona que después que Adán fue expulsado del paraíso, Yahveh puso un querubín a la entrada (Cf., Gn 3, 24). “Los querubines son las esfinges aladas que flanqueaban los tronos divinos o reales de la antigua Siria. En Silo, como en el Templo de Jerusalén, 1Re 8, 6, los querubines y el arca son el trono de Yahveh, la ‘sede’ o asiento de la presencia invisible” (Nota de la Biblia de Jerusalén sobre 1Sam 4, 4). Los querubines, en el Templo de Jerusalén, rodean el Arca de la Alianza (Cf., 1Re 6, 23-30; 8, 6; Ex 25, 17-18); se menciona que Yahveh está sentado sobre los querubines (Cf., 1Sam 4, 4; 2Sam 6, 2); cabalga sobre ellos (Cf., 2Sam 22, 11). Con respecto a los serafines “seres de seis alas con rostro, manos y pies, semejantes a los querubines, no se nombran más que en la visión de la vocación de Isaías” (6, 2.6-7) (Seemann, O. Cit., p. 741). Los serafines están destinados totalmente a la alabanza divina.
En los salmos se menciona muy pocas veces a los ángeles; se los considera como los ejecutores de la voluntad divina y destinados a alabar a Dios: “bendigan a Yahveh, ángeles suyos, héroes potentes ejecutores de sus órdenes, en cuanto oyen la voz de su palabra” (Sal 102, 20). En el salmo 148 (alabanza de la creación) se invita a los ángeles a alabar al Señor (Sal 148, 2). Los ángeles protegen al elegido del Señor, dándoles órdenes para que lo guarden en sus caminos y sus pies no tropiecen en la piedra (Sal 90, 11-12), salmo al que se hace referencia en Mt 4, 6 (en la tentación de Jesús por parte del diablo).
En la época post exílica, al entrar en contacto con la religión persa y la cultura grecorromana, se produce un gran desarrollo de la angelología, como se evidencia en algunos libros apócrifos (Libro de Enoc, Apocalipsis de Baruc, entre otros). En el judaísmo tardío se sigue considerando a los ángeles como mensajeros y “servidores de Dios”, enviados para proteger a los hombres. Se evidencia también una mayor intervención de los ángeles en la vida de los hombres. Aparecen algunos nombres de ángeles como Gabriel (Cf., Dn 8, 16; 9, 21); Miguel (Cf., Dn 10, 13.21; 12, 1); Rafael (Tb 3, 17; 12, 6.15). En la literatura apócrifa, y en el judaísmo tardío, la misión de los ángeles sobrepasa lo meramente humano; “se piensa que los ángeles están también puestos al frente de los elementos del mundo, como celadores del orden natural establecido por Dios” (Seemann, O. Cit., p. 744); algunos fenómenos naturales (como el viento, la lluvia, el trueno), se atribuye a la intervención de ángeles. Su número se multiplica: cada pueblo tendría su ángel protector, e incluso, según algunos manuscritos de los esenios (en la regla del Qumrán), cada persona tiene su ángel.